Discriminar por el apellido: una injusticia
Nacemos, y ya nuestras familias han imaginado nuestro futuro. En nuestras tradiciones se creía que la sangre es una buena garantía de prestigio. Por eso es que en la sociedad se discrimina por el apellido. Y aprendemos a hablar según las costumbres de padres y hermanos, a comer las mismas cosas y a creer en lo mismo.
Aprender a creer
Hasta que entramos a la escuela. Allí, lo aprendido en la casa se enfrenta con lo que aprendieron en sus casas nuestros primeros compañeros. Y se empieza a pulir otro nivel de nuestro cerebro. En la escuela nos enseñan a creer en mitos, dioses y tendencias políticas. A creer solamente. En esos años jóvenes el cerebro aún no está maduro para saber a ciencia cierta lo que es la vida.
En la universidad aprendemos a absorber conocimiento
Pasamos a la universidad y allí nuestra creencias se ponen en conflicto con el conocimiento objetivo. Nos enseñan sobre el mundo físico, la historia, y, a veces, las tendencias de pensamiento que han orientado esa historia. Y absorbemos el conocimiento que está en las bibliotecas. Pero sólo lo absorbemos. El tiempo que pasamos en la universidad es insuficiente para entender lo que no está escrito. Y pasamos al postgrado, y empezamos a pensar de manera crítica sobre un aspecto específico de la realidad. Los demás aspectos son como si no existieran porque los estudian otros que están estudiando postgrados de temas diferentes.
La universidad no nos sirve para vivir
Por eso es que lo que aprendemos en la universidad no nos sirve para vivir. Tal vez nos sirva para ejercer un oficio y para ascender en la escala social; pero es totalmente inútil cuando de suplir nuestras necesidades intelectuales y emocionales más profundas se trata. ¡Y muchos salen de la universidad creyendo que el mundo está en sus manos!.
El origen de la intolerancia
Salimos al mundo, y nos encontramos con gente que cree en dioses distintos, gente con ideales de sociedad distintos, gente con intereses distintos. Y creemos que la razón la tienen los que nos enseñaron, y empezamos a luchar por eso que aprendimos, a luchar por nuestra individualidad. A nadie le gusta que se le mueva el piso, por eso luchamos. Y empezamos a mirar con desconfianza al vecino, al compañero de trabajo, al jefe o al trabajador, simplemente porque no entendemos lo que cree, lo que piensa ni lo que conoce. Ahí está el origen de la intolerancia.
Ingresar a la Masonería, un nuevo camino
Y, llegados a este punto, ya no tenemos familia, escuela ni universidad que nos ayude a aclarar el panorama. Nos toca enfrentar el mundo en completa soledad. Para eso está la Logia. Entonces decidimos ingresar a la Masonería La Logia es el escenario ideal para desprendernos de lo que nos enseñaron y volver a escribir nuestra historia. En la Logia recogemos toda nuestra experiencia y creamos una forma de entender el mundo más completa porque ya no se trata de conocimiento absorbido ni de creencias sembradas en el cerebro desde afuera. Ni de costumbres de la familia, porque en la logia aceptamos otra familia. En la Logia encontramos un lugar para estar solos. Y sólo de la soledad puede surgir la libertad.