Hay que votar
Es tiempo de elecciones. O en tiempos de clientelismo, que es lo mismo. Como si no fuera igual la cuota de votos que la mordida, aceptamos que los gamonales les pidan a los funcionarios públicos, además de la cuota mensual para el partido, su cuota de votos para elegir al de siempre. Y la rueda sigue rodando para mantener las cosas como están, los mismos con las mismas. Eso es Colombia.
Pero hay que votar. Rojo o azul, verde, amarillo o variopinto, hay que votar. Cada uno según sus intereses. No podría ser de otra forma. Votar es la manifestación más elemental de la democracia, y hace ya casi treinta años que decidimos ser una nación democrática. Bueno, lo decidieron los que en ese momento nos representaban. Eso es la democracia, no?
No somos una nación
Lo que no está muy claro es que seamos una nación. Nadie sabe cuáles son los valores culturales que nos unen. Cuando juega la Selección somos uno, pero si juegan Nacional y el Once somos enemigos. Por eso el fútbol no puede ser lo único que nos una. El fútbol es demasiado trivial para ser el soporte de una nación.
No somos una nación, y eso es lo que aprovecha el clientelismo. Votamos siguiendo nuestros propios intereses, y siguiendo sus propios intereses los clientelistas nos dicen que votemos por ellos. No tenemos intereses comunes. Por eso no somos nación.
Los ideales también hacen nación
Pero podemos empezar a serlo. Todo en la vida tiene un principio. Y el primer paso está en las propuestas que hacen los políticos, clientelistas o no, para que votemos por ellos. Ellos sueñan con gobernar, y soñando nos meten sus mentiras. Y así gobiernan. Como los ideales son sueños, esas mentiras que creemos pueden empezar a ser el ideal. Y cada político, clientelista o no, inventaría la suya. Y votaríamos por ellos a sabiendas de que lo que prometen es mentira; después de todo, así ha sido siempre en la historia de Colombia. De esta forma el ideal general sería la resultante de las mentiras por las que voten la mayoría de los colombianos.
Controlar el clientelismo
Y hay un segundo paso que por pereza los colombianos no hemos decidido dar: hacerle seguimiento a cada promesa. Si los electores de cada candidato le hicieran control anual a la mentira por la que votan, podrían al final entender que la promesa no era más que un engaño para persuadir incautos. Y cada clientelista empezaría a ser controlado por sus electores de principio a fin.
Y un tercero, que consiste en desechar al clientelista que incumple. Si controláramos podríamos señalar, podríamos protestar, podríamos acusar. Y basándonos en el control a la mentira por la que hubiéramos votado, en las elecciones siguientes podríamos decirle al funcionario público de la familia por qué no le vamos a regalar el voto.
Q:. H:. LAM
M:. M:.
DEC:. BEN:. y RESP:. LOG:. NIEVES DEL RUIZ #14
VALL:. De Manizales